jueves, 18 de octubre de 2018

Relatos Ero XXVI: Inmortalidad

Un día, el dios de las brisas del amanecer y del atardecer, se recostó a la sombra de un sauce llorón que verdeaba a la orilla del lago y se quedó dormido. Era tan hermoso… ¡Cómo pudo repudiarlo su madre! ¿Acaso no vio la luz que irradiaba de él? Las lágrimas se deslizaron por su rostro hasta que el rubor las sustituyó. El miembro de Pan se hinchaba lentamente y pronto se irguió en toda su plenitud. Era enorme, venoso, firme y su punta refulgía bajo la luz del sol que se filtraba entre las hojas.


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