Un día, el dios de las brisas del amanecer y del atardecer,
se recostó a la sombra de un sauce llorón que verdeaba a la orilla del lago y
se quedó dormido. Era tan hermoso… ¡Cómo pudo repudiarlo su madre! ¿Acaso no
vio la luz que irradiaba de él? Las lágrimas se deslizaron por su rostro hasta
que el rubor las sustituyó. El miembro de Pan se hinchaba lentamente y pronto
se irguió en toda su plenitud. Era enorme, venoso, firme y su punta refulgía
bajo la luz del sol que se filtraba entre las hojas.
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